martes, 12 de junio de 2012

Nostálgica inocencia

De aquella inocencia inapelable que yace muerta y sin honores, solo conservo ínfimos recuerdos, solo vivos por su recalcitrante porfía.

La mordida despareja de los tostados que incompletos se enfriaban en la esquina de la mesa, contiguo al portazo mosquitero que anunciaba ir a jugar.

Las cigarras parranderas y sus timbales, que en las cadenas perpetuas de las siestas de verano, frenaban los relojes y esculpían a temprana edad de la tarde y de la vida, un boceto de la libertad.

Los feriados patrios luciendo el guardapolvo de ocasión, y el albedo que sus pulcras fibras textiles producían, maculado solo por la emblema nacional o el porrazo desafortunado, casi siempre propiedad de la misma minoría, para finalmente concluir esas frías tardes de mayo y julio con reparadoras tazas de grasoso chocolate.

La campanada de los viernes por la tarde, punto de inflexión entre obligadas lecturas, sacapuntas de tucán y hojas canson, y el portal del fin de semana, donde todo era posible excepto la remota posibilidad futura de pensar en convertir tanta ambición de golosinas y pantalones cortos en una vida repleta de mediocridades y frustraciones.

Los otoños amarillos de mariposas tardías, anocheceres prematuros y humo de hojas encendidas, con ese olor tan característico de combustión y de dioxinas que habría de transportarte a esa etapa de heliofanías reducidas por el resto de tu vida.

El viaje durante el último receso invernal, la correcta elección de los asientos como estratos de poder, para visualizar mejor el paisaje y repartir los mejores sopapos a tus hermanos, y esas vacaciones que habrían de resultar en el suceso irreversible, definitivo e irrefutable del tajo umbilical con tus hasta entonces queridos padres.

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