martes, 3 de septiembre de 2013

El hombre de los abrazos


Con teorías improbables justifica su calvicie. Con lejía por saliva regurgita las verdades.
Este charrúa capaz de envejecer tu frente, lubricar tu globo ocular, o lograr la jubilosa migración de tus comisuras labiales atracándolas en los lóbulos óticos, y todo al mismo tiempo; te cuenta la historia que no se escribió y que no se enseña, porque no gusta a los que la enseñan, y porque no coincide con lo que escribieron los que la escribieron.
Esta perspicacia a nivel epidérmico, escondida detrás de un tipo que se ríe poco y se burla mucho, desemboca en textos corrosivamente crudos y emotivamente inevitables.

En un mundo irracional, de bastones desiguales, Eduardo Galeano ha de ser inexcusablemente un escritor necesario.