Con teorías improbables justifica su calvicie.
Con lejía por saliva regurgita las verdades.
Este charrúa capaz de envejecer tu frente,
lubricar tu globo ocular, o lograr la jubilosa migración de tus comisuras
labiales atracándolas en los lóbulos óticos, y todo al mismo tiempo; te cuenta
la historia que no se escribió y que no se enseña, porque no gusta a los que la
enseñan, y porque no coincide con lo que escribieron los que la escribieron.
Esta perspicacia a nivel epidérmico, escondida
detrás de un tipo que se ríe poco y se burla mucho, desemboca en textos
corrosivamente crudos y emotivamente inevitables.
En un mundo irracional, de bastones
desiguales, Eduardo Galeano ha de ser inexcusablemente un escritor
necesario.