viernes, 30 de enero de 2015

Facies leonina

Huérfano de un paroxismo que no vale la pena apartar, abandono el pedestal con las ubres preñadas de dolor, practico el más profundo egoísmo y calzo la facies leonina de Chinasky, para dar lugar a sacrilegios hepáticos, que gobernaran esta noche por un período más.
No hay residuo más potente que la nostalgia de la cocaína, y el optimismo que con los años crece más lento que las uñas, me permite lutar a la sombra de la luz de mi vulgaridad, inmerso en un destino que no me deja adivinar.
Pero ser buen perdedor no implica que me guste serlo y mientras mato más gente que la Gran Muralla, rindo devoción mediante el peso de las palabras de la poesía; a la tolerancia como dogma, a la suspicacia como emblema y a la subjetividad como el más absoluto relativismo.
Y en un mundo cuántico, contiguo y paralelo, extranjero a mi propio cuerpo, en el que las palabras se reducen a los hechos, lo infinito abarca lo tangible y los viejos agotan su vida a cambio de una sabiduría que nunca llegará, se fatiga mi cansancio y me ordena ir a dormir.
Afuera, el Gigante Heliocéntrico arde tras el defecto de una ventana.