domingo, 4 de marzo de 2018

Crónica de un fallecimiento

El día comienza como cualquier otro. Hasta el momento todos se encuentran aturdidos por una brutal rutina. De pronto una primicia atraviesa al pueblo. Se expande como el agua en un piso plano buscando hasta el último recoveco, escurriendo e infiltrando. La gente traslada su sitio de descanso de la silla de la cocina a la vereda de su casa y entonces con sus ojos lanzan una intrépida cacería en busca del último desprevenido. Es en vano, ya todos lo saben. En el pueblo ha fallecido alguien. Todos traen y llevan, y cuando la historia parece enfriarse aparecen nuevos detalles. El clima suele mostrar contemplación en estas fechas, proporcionando atmósferas diáfanas y vientos suaves o nulos. Entonces el día adopta la forma de un feriado y de repente todos se encuentran vestidos con ropa destinada a casamientos o velorios en la casa del finado. Un sinnúmero de gente compuesta por familiares, amigos, vecinos, confluyen en el lugar. El desgraciado protagonista yace con la mueca del último minuto en un féretro situado en el cuarto del matrimonio, con la boca cerrada a fuerza de pegamento rápido y un improvisado vestuario de gala. A su lado se escabullen los últimos restos de dignidad. En la misma habitación unas sillas que inmigraron del comedor alojan fabricas humanas de llantos y mocos. En una población que solo conoce de gritos y carcajadas, ver gente hablando suave y a menos de cinco metros de distancia desconcierta a propios y a ajenos. Los presentes tratan de encontrarle un sentido al deceso y esgrimen teorías improbables y muy poco elaboradas. La empresa funeraria ha provisto unos candelabros de bronce percudido y unas palmas de Honolulu. Todo montado con el histórico personal a cargo. Personal que junto al cura y los municipales del cementerio ya han enterrado a más de medio pueblo. El lugar puede dividirse mediante anillos concéntricos de demostraciones de dolor, que van desde las inmediaciones del ataúd a las más distendidas zonas de charla y reflexión. Al día siguiente la familia del occiso experimentará un nuevo pico de dolor mientras ordena y dispone de las pertenencias, ahora huérfanas, del fallecido en cuestión. Este último acto constituye la mayor violación a la intimidad que un ser humano puede padecer.
El finado permanecerá presente en los recuerdos del pueblo el transcurso en que quienes ejerciten su memoria permanezcan arraigados a este lado del tiempo.
Luego todo fluirá por la garganta del olvido.
Inexorablemente.

Cuatro minutos

Me he fijado un tiempo, un breve lapso de él, para ser lo que me antojo
No digo que sea fácil, pero supongamos, solo me tomaré cuatro minutos
Tiempo razonable para suponer que esta soledad no será perturbada
Que mi estado de felicidad no será el más alto, pero se mantendrá estable
La presión atmosférica, la velocidad del viento y la humedad relativa no se verán modificadas
Las mejores ideas no se me caerán necesariamente en estas cuatro revoluciones del minutero
De fondo escucho el reloj que marcará los cuatro minutos sin acabar su pila
No tengo motivos para creer que la comida me dé una patada en este momento
No creo ser capaz de aventurarme en el plano de las certezas más que en estos cuatro minutos
En la paz de estos segundos nada está sujeto a grandes variaciones
Mi optimismo de madera, los niveles de azúcar, la tensión que soporta mi cinturón
No ocurrirán grandes acontecimientos en este tiempo, lo sé
Aún así disfruto este minúsculo paréntesis
Hoy un genocida se murió de viejo
Pero ni siquiera fue dentro de estos cuatro minutos
Así que nada
Estos son los cuatro minutos menos trascendentales de la historia del mundo
Solo una cosa señores
Puede que yo los siga recordando.