jueves, 16 de agosto de 2018

Hilo

Si el proceso de un debido luto tiene como función dar fin a una etapa para poder desprenderse de algo y enterrar un ciclo, el hecho de no haberme despedido de la ciudad de La Plata como corresponde, es sin dudas una pequeña hemorragia en mi álbum de citas pendientes. ¿Cómo no pude darme cuenta? Un cierre digno de ser, lo hubiera sido despidiéndome del kiosquero que nos aguantaba la cerveza, de los vecinos que nos trataban bien o de las cajeras del super que nos vendían el atún. Yendo casa por casa, contemplando los sitios de la ciudad que nos resultaron emblemáticos y adjuntando a la memoria visual una última dosis de olores y ruidos característicos de esa gran urbe. O ya sea, probando por última vez algún plato cargado de ajíes picantes frente a la Catedral y entregado a los brazos húmedos de ese calor tan insoportable y típico de ese sitio. Planificando además una breve reunión con los amigos, con el objetivo de cauterizar el desmembramiento de la vida como estudiante. Ese hubiera sido el modo con que se le dice adiós al cementerio de inocencias pueblerinas que constituye esa metrópolis universitaria. Pero no fue así, sin darme cuenta, di vuelta la tapa dura del diario de esos días y para mayor pesar de mi vacío, no recuerdo la última vez que visité el lugar. Cerré la puerta sin percibirlo y me condené a mascar la tristeza del alcohólico sobrio. Soy portador sano de esa tristeza que a menudo aflora, pero que también adopta la forma de hilo conductor con ese pasado lejano. Y entonces caigo en la cuenta que padezco las mismas penas y alegrías de antaño. Las mismas con las que sería difícil vivir en su ausencia. Todo debido, probablemente, a la inexistencia de un corte limpio y estéril con aquellos días. Un corte que ineludiblemente me hubiera obligado a pasar por una etapa de crisálida, para cambiar unas sensaciones por otras. Hoy veo la importancia de que cada esclusa deje la suficiente luz, para dar paso al ovillo que une los sucesivos compartimentos. Entonces un día de estos que nos tienen tan acostumbrados y queramos por un instante desaparecer, podamos darnos el lujo de jugar con los recuerdos, con la locura o con la nostalgia.
Y entonces ese buen día, no tendremos más que tirar del hilo.