lunes, 25 de marzo de 2019

Lejos

¿Qué es estar lejos? ¿Qué significa estarlo? En una primera aproximación me sugiere la idea de un esfuerzo considerable, por qué no agotador, de algún lugar a ser alcanzado. Llegada la adultez, “lejos” no constituye una distancia métrica entre dos puntos, sino un recorrido hacia atrás en la geografía mental de nuestros recuerdos. El recuerdo de la niñez en un adulto es, por excelencia, una epifanía de lo lejano. Es el trayecto que de algún modo ya no podremos realizar. “Lejos” es cada cumpleaños con el mismo cotillón una y otra vez en el garage de mi casa, el otoño que mi vieja volvió con el diagnóstico de la hepatitis y me metió sin peros en la cama, y “lejos” es la sed etílica intempestiva que en la vivienda de la calle 47 todo lo engullía y sin embargo todo seguía en pie. La lejanía no es estanca, de hecho se mueve hacia atrás, solo en algunas ocasiones logramos detenerla mediante una especie de acción y reacción, propulsada en un sentido por el paso del tiempo y en el otro por la atracción que ejercen los recuerdos, éste constituye el único modo de no sepultar nuestro pasado en el olvido. Algunas de esas noches en que me tomo la vida, logro por momentos conectar con algún episodio que creía olvidado. Son como puentes que me dejan en lugares que no recordaba desde hace treinta o cuarenta años y estaban ahí, esperando ser rescatados por escasos segundos. El proceso es demoledor y para nada saludable, quizás por eso, llegado el momento en que tomo la decisión de ir a descansar surge la pregunta inevitable: ¿Hasta dónde querés llegar?
Lo más lejos posible.

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