¿Qué es estar lejos? ¿Qué significa estarlo? En una primera aproximación
me sugiere la idea de un esfuerzo considerable, por qué no agotador, de
algún lugar a ser alcanzado. Llegada la adultez, “lejos” no constituye
una distancia métrica entre dos puntos, sino un recorrido hacia atrás en
la geografía mental de nuestros recuerdos. El recuerdo de la niñez en
un adulto es, por excelencia, una epifanía de lo lejano. Es el trayecto
que de algún modo ya no podremos realizar.
“Lejos” es cada cumpleaños con el mismo cotillón una y otra vez en el
garage de mi casa, el otoño que mi vieja volvió con el diagnóstico de la
hepatitis y me metió sin peros en la cama, y “lejos” es la sed etílica
intempestiva que en la vivienda de la calle 47 todo lo engullía y sin
embargo todo seguía en pie. La lejanía no es estanca, de hecho se mueve
hacia atrás, solo en algunas ocasiones logramos detenerla mediante una
especie de acción y reacción, propulsada en un sentido por el paso del
tiempo y en el otro por la atracción que ejercen los recuerdos, éste
constituye el único modo de no sepultar nuestro pasado en el olvido.
Algunas de esas noches en que me tomo la vida, logro por momentos
conectar con algún episodio que creía olvidado. Son como puentes que me
dejan en lugares que no recordaba desde hace treinta o cuarenta años y
estaban ahí, esperando ser rescatados por escasos segundos. El proceso
es demoledor y para nada saludable, quizás por eso, llegado el momento
en que tomo la decisión de ir a descansar surge la pregunta inevitable:
¿Hasta dónde querés llegar?
Lo más lejos posible.
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