Debí tener
alrededor de diez años cuando descubrí la electricidad, y como no pudo
ser de otro modo, quedé fascinado. Tras decenas de descargas recibidas
comencé a comprender el fenómeno y me introduje de lleno en el terreno
voltaico. Primero fueron artefactos de bajo voltaje como linternas,
juguetes, grabadores y luego me fui metiendo en la red eléctrica
hogareña. Desarmaba los electrodomésticos, reparaba los enchufes y hasta
fabriqué un timbre cuya bobina consistía en un tornillo envuelto en
cobre y la campana provenía de la tapa de una azucarera. Un verdadero
talento precoz que el implacable paso del tiempo se ocuparía de corregir
poniéndolo nuevamente en su lugar. En ese entonces había en mi pueblo
un tipo de unos setenta años que despertaba toda mi admiración. Su casa,
con las ventanas siempre bajas, era una feria exhibidora de aparatos
desarmados. Entonces yo iba y descargaba mi arsenal de dudas en ese
universo de electrones y don Mario, así se llamaba, respondía con todo
el gusto del mundo. Fue por esos días cuando me contó que en su
juventud, con apenas veinte años, había conseguido armar un equipo de
radio. En un galpón que había en su casa, en un entrepiso cerca del
techo y lejos de las represalias de un padre conservador, logró
sintonizar algunas emisoras. Me lo dijo como quien divulga el secreto de
su vida, detrás de unos ojos saltones y con total serenidad. Yo tuve la
sensación de estar frente a un gigante. En cuestiones de inteligencia
Mario, sin duda alguna, amasaba una pequeña fortuna. A la sazón, su
confesión me hizo advertir lo que hoy en estas líneas intento ensayar:
el hecho de que los grandes acontecimientos anclan su raíz en las
transgresiones. Si las transgresiones al código genético, las conocidas
mutaciones, no hubieran tenido lugar, nunca podríamos haber abandonado
el rudimentario formato biológico marino de donde todo proviene. Solo
hay un problema en esto de transgredir: no nos quieren así. La membresía
de lo establecido es un tanto reacia a permitir cambios, pues sus
coitos con el dinero suelen verse afectados ante el cambio de paradigmas
y los transgresores se ven obligados a pagar un precio demasiado
elevado por sus herejías. Marx, Darwin y Freud son sólo algunos ejemplos
de estos locos de remate y que además vivieron para contarlo.
Yo no sé qué fue de Mario, pero en estos tiempos que tanto padezco, me gustaría que alguien como él me diera un poco de razón.