martes, 27 de febrero de 2018

Transgresiones

Debí tener alrededor de diez años cuando descubrí la electricidad, y como no pudo ser de otro modo, quedé fascinado. Tras decenas de descargas recibidas comencé a comprender el fenómeno y me introduje de lleno en el terreno voltaico. Primero fueron artefactos de bajo voltaje como linternas, juguetes, grabadores y luego me fui metiendo en la red eléctrica hogareña. Desarmaba los electrodomésticos, reparaba los enchufes y hasta fabriqué un timbre cuya bobina consistía en un tornillo envuelto en cobre y la campana provenía de la tapa de una azucarera. Un verdadero talento precoz que el implacable paso del tiempo se ocuparía de corregir poniéndolo nuevamente en su lugar. En ese entonces había en mi pueblo un tipo de unos setenta años que despertaba toda mi admiración. Su casa, con las ventanas siempre bajas, era una feria exhibidora de aparatos desarmados. Entonces yo iba y descargaba mi arsenal de dudas en ese universo de electrones y don Mario, así se llamaba, respondía con todo el gusto del mundo. Fue por esos días cuando me contó que en su juventud, con apenas veinte años, había conseguido armar un equipo de radio. En un galpón que había en su casa, en un entrepiso cerca del techo y lejos de las represalias de un padre conservador, logró sintonizar algunas emisoras. Me lo dijo como quien divulga el secreto de su vida, detrás de unos ojos saltones y con total serenidad. Yo tuve la sensación de estar frente a un gigante. En cuestiones de inteligencia Mario, sin duda alguna, amasaba una pequeña fortuna. A la sazón, su confesión me hizo advertir lo que hoy en estas líneas intento ensayar: el hecho de que los grandes acontecimientos anclan su raíz en las transgresiones. Si las transgresiones al código genético, las conocidas mutaciones, no hubieran tenido lugar, nunca podríamos haber abandonado el rudimentario formato biológico marino de donde todo proviene. Solo hay un problema en esto de transgredir: no nos quieren así. La membresía de lo establecido es un tanto reacia a permitir cambios, pues sus coitos con el dinero suelen verse afectados ante el cambio de paradigmas y los transgresores se ven obligados a pagar un precio demasiado elevado por sus herejías. Marx, Darwin y Freud son sólo algunos ejemplos de estos locos de remate y que además vivieron para contarlo.
Yo no sé qué fue de Mario, pero en estos tiempos que tanto padezco, me gustaría que alguien como él me diera un poco de razón.