Esos tipos tan feos con nosotros
tan alquitranados con nosotros
tan inmiscibles con nosotros.
Que flotan en el barro y se hunden en la pluma
que matan mandando a matar por miedo a matar y a morir.
Pariendo generales, eyaculando brigadieres.
Huellas geométricas, risas amarillas, orejas velludas.
Mis flujos, sus vicios, tu vida, los nietos,
la deuda, los falcons, las fosas, los miedos.
Sobre todo los miedos.
Todo de su propiedad.
Descargas de ideas recargadas de ironía pero con la certeza de no poder no expresar la subjetividad propia de un tozudo convencido, tratando en vano de fracasar por completo en el mal llamado arte de decir diferente.
jueves, 30 de marzo de 2017
miércoles, 29 de marzo de 2017
La descomposición de los recuerdos - (Un ensayo de La Memoria)
Es
el asidero de nuestros recuerdos. Todo está ahí. Mediante intrincados
mecanismos psicológicos filtra los diferentes momentos vividos, eligiendo los
más agradables y ocultando los que no lo han sido tanto, convirtiendo de este
modo a nuestro pasado en una época donde “todo fue mejor”. Para entrar en el
terreno críptico del inconsciente necesito hacerlo con un ejemplo. A menudo sueño que estoy frente a un tipo que
lo sabe todo. Entonces yo pregunto y el espeta con sus conocimientos. Sus
respuestas, acertadas o no, personifican mi inconsciente. Quién sino yo es el
dueño de tales devoluciones. Ese es el modo que lo dimensiono. Es la caja negra
donde todo va a parar y desde donde todo vuelve. En alguna región del cerebro
llamada hipotálamo es donde se almacena todo nuestro pasado. Se aloja en
células especializadas en forma de nucleótidos, unas moléculas muy comunes en
la nomenclatura orgánica de la biología. Son formas químicas compuestas
principalmente por Carbono, Fósforo y Nitrógeno, lo que las hace muy fácilmente
asimilables en las distintas rutas catabólicas. Asumo por lo tanto que tales asimilaciones
puedan ser una de las posibles causas del olvido en enormes facciones de la
población, haciendo literalmente que sus recuerdos sean metabolizados para ir
finalmente a parar a las negras aguas del ejido cloacal público. Los hay, por
otro lado, quienes se resisten a la amnesia obligatoria que dicta el sistema, e
imagino en estos casos gente que cargará hasta el final con esa dotación
molecular en algún lugar de los confines cerebrales. Luego, en el instante
final, indefectiblemente llegará el momento en que se apague la historia, se
borren sus capítulos, se reciclen sus átomos, para volver a combinarse y poder entonces
dar paso a la nueva vida.
A
esto me refiero con la descomposición de los recuerdos.
jueves, 23 de marzo de 2017
Sed
Siempre tomé mucho, pero puede decirse que fue entre los veinte y
treinta años donde más lo hice. Una cultura adquirida en el lugar que me
vio nacer y donde los abstemios, a no ser que disfruten de un pueblo no
concebido para ellos, deberían evitar ir. Glaciares de
alcohol han pasado por este cuerpo. El caso de poseer una salud de
hierro hizo que las cosas fueran un poco más difíciles. Nunca decía
basta. Tomaba hasta el hartazgo, pero el hartazgo nunca llegaba. Primero
caía la noción y luego la carne. No he tenido oportunidad de conocer un
solo dolor de cabeza y las resacas acababan ni bien me lavaba los
dientes. Como la noche te lleva a andar por muchos lugares, ni bien
despertaba y si la situación lo acompañaba, entonces la seguía. Hubo un
momento en que por más esfuerzo que hiciese no recordaba el último día
sin ingerir alcohol. Cuando se bebe tanto y tan seguido se pierde la
referencia del día que estás viviendo, y el hecho de dormir dos horas y
tomar otras diez, profana el horizonte artificial del tiempo,
adjudicando al almanaque días que todavía no pasaron. Iba a la facultad
después de despertarme en algún bar. Un día fui totalmente ebrio a
rendir el final de Dasonomía. Oral. Una locura. Me pusieron un siete.
Una época de constantes descensos al infierno donde varios amigos
quedaron en el camino, en algunos casos, aún sin morirse. Una época más
que digna para hacer un tratamiento rehabilitante y aunque no fue así,
los años lograron calmarme. Dicen los que dicen saber que son
movimientos evasivos para escapar de una realidad incómoda.
Yo nunca me escapé.
Es este mundo el que se me sigue escapando.
Yo nunca me escapé.
Es este mundo el que se me sigue escapando.
domingo, 12 de marzo de 2017
Fisgón
Padezco de razonable buena memoria. En varios aspectos, pero especialmente rostros de gente. No me refiero a salir a la calle y memorizar a cuanto ser humano se me cruce, me refiero a las personas que de algún modo hicieron que me detenga a observarlas. Todo el tiempo cruzo gente que conozco y en los casos que no logre descifrarlos me obliga al ejercicio de dilucidar de donde vienen. Al final siempre logro arribar ese lugar. Siempre. Algunas veces sucede rápido y otras no tanto. Es un tanto engorroso tener que hacerlo y no poder pensar en otra cosa hasta no tenerlo. Como hace unos días cuando manejaba en mi auto y vi a un tipo que hace seis años pasó por mi casa ofreciendo levantar medianeras en el patio que linda con el de los vecinos. Simplemente pasó y ofreció su servicio, y no lo volví a ver hasta hace unas semanas. Lo saqué al instante y seguí manejando con cierto orgullo. Hace un rato vi a un chico que había cargado un camión de frutas hace doce años cuando trabajaba en una empresa empacadora. Estaba limpiando una moto con un plumero. Me sorprendió verlo con no menos del doble de kilos que en aquel entonces, creo que se llamaba Iván. Hace unos días en el jardín de mi hijo me encontré con alguien detrás de unos anteojos negros que hace unos ocho años levanté en la ruta. Era español y había venido medio escapado por meterse en problemas con unos tipos pesados. También recuerdo su nombre. Me acerqué para investigar. Su acento corroboró que estaba en lo cierto y me liberó de la angustia que sufro durante el proceso identificatorio. Las fiestas populares, los recitales, los supermercados, las ferias regionales, las terminales de colectivos, etc, son lugares especialmente predilectos para este tipo de ocurrencias. En todos los casos disfruto desde el lugar de niño fisgón, jugándome, como quién lo hace a las cartas, que el sujeto bajo la lupa es incapaz de contar con una memoria como la mía, pasando en algunos casos cerca o parándome a su lado, llegando en casos aislados a hablar con el individuo.
Hasta el momento nunca he sido descubierto.
Ya encontraré un cretino como yo.
Hasta el momento nunca he sido descubierto.
Ya encontraré un cretino como yo.
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