miércoles, 21 de agosto de 2013

Llegaste tarde


Llegaste tarde a la entrega de tez, pudiendo evidenciarse esto en un par ojos condenados a un segundo plano, suerte que comparten los demás apéndices faciales, también opacados por el protagonismo de lo que constituye una soberbia manifestación de erupciones purulentas subcutáneas.
Llegaste antepenúltimo a la adquisición de cabelleras, pues esa suerte de cobertizo bien peinado y de coronilla desnuda que tanto tiempo dedicas a rastrillar, ha decidido mitigar su población, resultando en una horripilante metrópoli de queratina de baja densidad superior en mal aspecto a la calvicie más absoluta.
Llegaste por la noche a la opción de longitudes, principalmente la de tus piernas, pero eso no parece desentonar con tu “caso perdido” de buen gusto con que has decidido vestirlas, condenándolas a mutilados pantalones de maternales bocamangas, escudriñadas por ridículos perfectos dobleces longitudinales.
Llegaste a última hora a la elección de efluvios estomacales, refutando enfáticamente el dogma central de la medicina que asume a la digestión como un proceso que empieza en la boca y termina en el ano.
Llegaste muy pretérito a la adquisición de un léxico honrado, solo pudiéndote llevar un glosario constituido, a duras penas, por una veintena de palabras y otras tantas letras, pétreas pero fundamentales herramientas a la hora de industrializar tan delicada salud verbal.
Llegaste después de hora del día después cuando instruían de generosidad y tolerancia, por lo que has resultado ser un energúmeno incapaz de dar algo que no termine en ese abultado sumidero ruminal de alimentos mal mascados, tan fielmente reproducidos por la secreción de tus glándulas sudoríparas y los fermentos intestinales, en un verdadero trabajo en equipo, capaces de espantar de tu lado a las personas que ni siquiera estarán.
Con la última palada de tierra de la necrópolis se habrá también enterrado tu rastro remolón por este mundo.

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