viernes, 23 de mayo de 2014

Liev Davídovich

El poder del Secretario General del Partido es avasallante. Nada en el mundo puede escapar a él.
Después de asumir la muerte de sus hijos, sus nietos, sus antiguos camaradas, y exiliado de su Rusia y de la Casa Azul de Rivera, el viejo Bolchevique comienza a sentir el aliento rancio de la muerte sobre su nuca, pero lejos de afligirse lo toma con alegría.
Como la única pertenencia capaz de escapar al odio desatado por el Tirano del primer país proletario de la tierra.
Orgulloso se dice: la muerte me espera y Stalin no la podrá impedir.

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