miércoles, 15 de octubre de 2014

Polos opuestos

Nada me identifica con ellos. Absolutamente nada. La diferencia que entre ellos y yo nos separa es abismal, varias decenas de grados. No compartimos el gusto por los colores, los libros, los días, las mujeres, las bromas, los lugares, los condimentos. Nada. Absolutamente nada. Es una suerte que tengan esa exquisita discrepancia entre lo que piensan, dicen y hacen. Lo que a ellos enfada a mi me arranca sonrisas. Lo que ellos disfrutan hacer es probable que yo ni sepa que exista. Lo que a ellos los emociona lo desconozco completamente. Su mundo es más chico, sus días tienen menos horas, sus comidas son aburridas, sus ídolos no comen ni cagan. Sus casas, las cortinas de sus casas, la temperatura de su cerveza, sus parásitos intestinales. Todo es diferente y opuesto, como la imagen de un espejo, con el reloj en su muñeca derecha. Sus mascotas, la ortodoncia de sus mascotas, sus amigos, su planeta descartable, sus pudorosos leprosarios mentales. Nada encaja. Por exceso o por defecto. Un mundo cuántico paralelo y antagónico. Sus amigos, los amigos de sus amigos, su culto a la superficie, los cordones de sus zapatos, la composición de su orina, su daltonismo entre precio y valor. Todo difiere por completo.
Y en una clara transgresión tan solo replicable a vaya saber que lugar de este cosmos, nos reducimos a destrozar ese viejo principio de la Física.
Dos polos opuestos condenados a sufrir repulsión.

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