lunes, 9 de marzo de 2015

El ojo de la aguja

Hay un punto en que la noche pierde su capacidad intimidatoria, es el preciso momento en que se atraviesa el ojo de la aguja.
Un punto que dista entre el ocaso y el alba como distan los lunes y los martes, las noches y las cigarras o el apoderado y el lumpen.
Y mientras enebro el istmo metálico, diluyo mis ganas de morir y matar, se clava para entonces su risa en mi ceño y es cuando recuerdo aquello de salir del laberinto sin despegar mi mano de la pared.
Todo es más fácil ahora, la inminente muerte del Sol no parece importar lo que hace un momento, y la interminable lista de lo que podría haber sido, deja de refregar a su hermana menor sus inoportunos alardes de grandilocuencia.
Un llanto desgarrador, producto de una extraordinaria tolerancia a la lactosa, me recuerda que vale la pena irse a dormir.

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