sábado, 27 de junio de 2015

Chapaleo


Se levantaba temprano y antes de empezar a trabajar se bajaba un vino blanco en lo de Pepe.
Para el mediodía ya habían pasado unos cuantos. Su vida fue así.
Yo sostenía que me tenía un cariño especial, pues tras el velo de tanta noche alcohólica me contaba, pero también me escuchaba.
Casi al instante comprendí que estaba equivocado, que el cariño no era solo para mí, él era así con todos.
Él tomaba y tomaba, no recuerdo verlo comer: un vulnerable al viento; solo él, su vino y su cigarro.
Una vez sacó la cuenta de los años que hacía de haber tomado su último trago de agua:
-me hace mal el agua- afirmaba.
Y tomaba otro y fumaba.
Y cuando ya casi no podía respirar salía afuera y aguardaba un rato.
En una de esas vueltas a tomar aire se adentró en el boliche y pisando la pino tea, rengo, agitado y sagaz como todo Alfaro, se sentó a mi lado y me contó:
-cuando volví esa mañana mi vieja estaba en el fondo del aljibe, la saqué yo. ¿Cómo querés que siga mi vida después de eso?-
Y se tomaba otro, sin tragar, mirando el techo desvencijado con esos ojos amarillos como un limón, digno del castigo hepático de la vida más difícil de habitar.
Tampoco recuerdo su voz, si su risa.
Me llegó la noticia cuando estudiaba en La Plata.
A veinte metros de mi casa lo encontró mi viejo, tapado por la escarcha.
Su viejo corazón se había cansado de latir justicias ajenas.
Por algo son muchos los buenos que van donde vos.
A casi tantos años te debía este mamarracho de declaración.

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