sábado, 6 de mayo de 2017

Ermitaño

Cada mañana que a punta de pistola me dirijo a algún sitio, según lo exige mi rutina laboral, pienso en cómo sería mi vida si no fuera por la asfixia económica que nos impone el sistema.
Y entonces pienso que sería mucho más ermitaño, más sedentario aún. Mas barbudo y posiblemente más odioso, aunque con picos de felicidad un poco más frecuentes que los de ahora. Un verdadero efecto serrucho en el estado anímico que me permitiría disfrutar cada uno de sus extremos. Saldría muy poco de casa, quizá en busca de cigarros por la noche, que es cuando se terminan. Mi vestuario conocería la crisis total, al punto de ser amenazado de muerte por los fabricantes de perchas. Los baños se restringirían a una cuestión de deposición de impurezas sobre la superficie que no puede esperar, más que a una frecuencia fija predeterminada de chapuzones con jabón. Cocinaría mucho para agasajar amigos, aunque poco y nada para mí. Las borracheras serían acontecimientos de verdadera solemnidad. Leería casi tanto como lo que debería, al punto de esperanzar a la inmensa cantidad de ejemplares que compro y esperan porque algún día los llegue a abrir. Y como escribir es producto de leer, a diferencia de su inversa, escribiría mucho más y hasta quizás mejor. Seguiría fabricando muebles para la casa colmados de imperfecciones, disfrutando de lijar la madera y tosiendo su olor. Por otro lado la electricidad continuaría teniendo su lugar, desarmando artefactos o realizando el tendido de instalaciones totalmente prescindibles. La guitarra volvería a sentir ese momento de esplendor que jamás tuvo y la colección de música renacería de las ruinas a las que la redujo Vicente. Cocinar mi cerveza es un hecho que difícilmente no pueda estar en este mundo comprendido tierra adentro de mi epidermis mental, y la elaboración de ahumados, embutidos, escabeches y dulces, ocuparían importancias semejantes. Me despertaría cada día y contemplaría esa maravillosa coincidencia que es la vida y entonces el tiempo tendría el valor que se merece, sin ser humillado a la cinemática circular a la que lo resumen los relojes. Luego llegaría el verano y con él el fastidio, por lo que estaría obligado a perseguir los inviernos por las latitudes más alejadas del sol que me brinde el planeta.
Eso sí, todo seguiría siendo mitad verdad y mitad mentira, y la lucha en ese caso también consistiría en encontrar la mejor posibilidad de mí mismo, en ese vasto universo muestral de porquerías que constituye la vida.

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