Están estrictamente guardados y no hay cosa
en este mundo, y más allá, que no los tenga. Un cumulonimbus, una piedra en el
fondo de un río, las construcciones de la antigüedad, una herramienta. Así pues
un martillo guarda celosamente el origen de su mango, a que árbol perteneció,
quien lo plantó, mediante que sistema fue irrigado, quién se detuvo bajo su
sombra, cuál fue su leñador, qué carpintero dio su forma.
La naturaleza no es más que una dotación
infinita de información que no está disponible para cualquiera.
Estos enigmas traen consigo la necesidad
imperiosa de ser sacados a la luz, pero mueren al ser revelados, se desvanecen,
pierden su atractivo, muchas veces hasta pierden su nombre.
¿Habré sido capaz alguna vez de beber dos
veces la misma gota de agua en este ciclo hidrológico que posibilita la vida?
No quiero saberlo.
El secreto consiste en saber guardarlos.
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