martes, 6 de junio de 2017

Sueños


No me gustan mis sueños. Son la puerta a lo críptico, lo proscripto, lo execrable. Constituyen un puente magnífico con la culpa, los excesos, los temores, las fobias, la inseguridad. Para mal de peores, te agarran dormido. Si algo tienen de bueno es su elevada capacidad de combustión por quienes son los encargados de condenarlos al olvido. No recuerdo haber tenido un sueño referido a algo agradable en toda mi vida. Una vez por mes me visita la posibilidad de haber dejado trunca mi carrera, nunca es por falta de dinero o cuestiones de salud: es por sumergirme en la noche. Lechos de muerte de seres queridos, incapacidad para moverse o escapar, sensación de ahogo, la angustia de volver a empezar todo de nuevo. Hace unas horas desperté cayendo desde un noveno piso. Ocurre en el hotel de una ciudad que aborrezco. Entonces el pánico atraviesa el portal de lo onírico y se materializa en la cama para seguir cayendo al vacio durante unos minutos interminables. Ya no es posible volver a dormirse y dado que en medio de la noche, epifanía de la soledad, no afloran los mejores pensamientos, solo queda levantarse.
Afuera me espera un día agotador.

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