martes, 9 de enero de 2018

Empanadas.

Yo vi morir al siglo veinte. No sentí la culminación pomposa de una etapa, sino un funeral. Un final que se presagiaba, tangible en el aire como el dolor en la carne. Ya había decidido colgar por ese año los estudios. Y con mi amigo misionero, por esos días pampeano y ahora salteño, el polaco Juan Palczewicz, salimos a vender empanadas. Tres veces a la semana visitábamos el Ministerio de Salud, que quedaba cerca de casa, ofreciéndoles ese manjar envuelto en masa. Una bandeja de colesterol al alcance del colmillo que el sedentariato público resistía con poco, e incluso nulo éxito. La noche anterior nos quedábamos hasta tarde preparando el menú, acompañados por no pocas botellas de vino. La cuestión era aplacar el calor y el vacío que acusaban esos días. No hace falta aclarar que la rentabilidad de dicha actividad era meramente emocional. Sobre todo si le sumamos a los costos, el plus de gas que mis compañeros de habitancia nos hacían pagar por tan pingüe negocio emprendido. Todo se volvía un poquito peor los días que no conseguíamos vender ni la mitad del producto y entonces veíamos como los mismos compañeros que habían aplicado tal índice de corrección al pago de la factura, desmembraban a pura mandíbula y ojo frío esas empanadas de saldos como unos auténticos cocodrilos del Nilo. Fueron tiempos revoltosos con una cizalla social incubada por años. Las medidas neoliberales habían conseguido desplazar al ser humano del centro de la política y en su lugar yacían netos guarismos. Un escenario que nunca podría haber alcanzado tal grado de perversión de no ser por el apoyo imprescindible de la corporatocracia mediática, que provista de un sistema radicular poderoso, anclado en los años de plomo, pastaba ahora sin depredadores naturales en el mar picado de una democracia caótica.
Fue la primer experiencia vivida bajo las políticas excluyentes de un gobierno neoliberal y francamente nunca pensé que podría volver a vivirlas. Me equivoqué. Porque estos tipos cambian su aspecto pero no su esencia. Mutan, se modernizan, se adaptan, se mimetizan. Y se meten en tu vida con otras formas y nombres sin revelar nunca su verdadera composición interna.
Como las empanadas.

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