miércoles, 6 de mayo de 2015

Los miedos

Es en ellos donde encuentro los precursores de las mayores patologías capaces de causticar hasta la más robusta salud intelectual.
Es por ejemplo el miedo la piedra fundacional del racismo. El temor a la sublevación de esa fauna despreciable, siempre tan atenta para desertar del lado desfavorable de la opresión que les ha tocado.
A la homofobia también puedo entenderla de un modo similar. En este caso juega un papel fundamental la ignorancia y si bien es común denominador entre todos los miedos, creo que aquí el acento deja de ser prosódico para ortografiarse. El profundo temor a despertar curiosidad en mandatos prohibidos ordena ocluir esfínteres, y considera aberrante a quien ose deleitarse con una sexualidad libre a su antojo; olvidando lastimosamente la premisa primordial de la sexualidad que nos dice que no se la elije, sino que se la disfruta.
El machismo, terco flagelo a vestir siempre las modas, tiene a sus mejores exponentes inmersos en un profundo temor, el temor a una devastadora igualdad. Muy a pesar de la imagen antagónica que sus deleznables portadores pretendan mostrar, estos son sujetos que, literalmente, se mueren de miedo.
Utilizado por gobiernos tiranos y en agonía, el miedo a una amenaza externa inoculado en la población civil es opio puro, induciendo guerras de la noche a la mañana, con el consiguiente pingüe negocio de la reconstrucción de naciones.
Existe dentro de los miedos un tipo particular de emociones, que es tanto para quienes lo atraviesan, como para los profesionales que lo tratan, el más complejo de trabajar. En este caso el flagelo borra sus fronteras, vacía su contenido, se vuelve intangible, se indetermina como objeto y quien lo padece no es capaz de identificarlo. No hay perro a quien matar para acabar con esta rabia. Una patología que se retroalimenta de su mismo padecimiento. Una situación del individuo de máxima individualización y vulneravilidad. El miedo al peligro, el peligro de una amenaza, la amenaza del miedo. El miedo al mismísimo miedo.
El miedo a ser diferentes, a no pasar por el aro, a ser gordos, flacos, feos, a tener menos éxito que el vecino, a la frustración, al qué dirán; en cada situación siempre habrá alguien intentando obtener de todo esto su propio lucro.
Prozac, Alplax, Clonazepam, Escitalopram son solo algunos de los barnices psicoquímicos, con que la industria farmacéutica obtiene de ésta humana debilidad su millonario beneficio, revistiendo el síntoma sin atacar la causa.
Para terminar y a modo de fresa, las religiones han de ser y se me ocurre, los movimientos que más rédito han sacado de este fenómeno. Carentes de ocurrencia, frívolas, inorgásmicas, basadas en Libros que plagian lo antes plagiado, y con una terminología que recalca la culpa, el castigo, el pecado, la prohibición y tantas delicias mas; estas organizaciones capaces de superar los límites de lo aborrecible han utilizado los temores de la humanidad para obrar a sus anchas y salir sin mácula alguna.
En una carrera darwiniana, desde la cima de la montaña trófica y cagando a los de abajo, la Selección Natural muestra con crudeza evolutiva el atentado psíquico que sufre nuestra especie, desvistiendo vulnerabilidades y corriendo el riesgo de la autodestrucción. Todo sin la mas mínima necesidad de padecer mutaciones defectuosas en las bases nitrogenadas de la gran molécula helicoidal.

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