martes, 15 de diciembre de 2015

Trashumancia

En un mundo tan revuelto, uno puede en verdad amar a su antojo lo que se le plazca. Lo que sucede es que muchas veces el amor, ese sentimiento inigualable, tanto en palabras sinónimas, como en el campo de las emociones, modifica ligeramente algunos de sus aspectos y termina en aberraciones lindantes u opuestas, como los celos, la obsesión, el fanatismo y hasta el odio mismo.
El amor hacia los Emblemas Patrios no escapa a este precepto, siendo la bandera el único trozo de tela capaz de derramar más sangre de la que pueda contener.
Los fanatismos territoriales nos retrotraen a ante ayeres cuaternarios y como sucede con otras antipatías del ramo, vulneran nuestra especie y desnudan nuestra inteligencia.
La condición nómade del ser humano es tan natural como la de alimentarse o asearse. El sedentarismo es el resultado de haber encontrado condiciones favorables, producto de la migración, no su inversa.
Cada cual tiene en su botánica genealógica un historial itinerante, y por lo tanto existe gracias a ello. Indefectiblemente.
Muy a pesar de quienes pasen su vida ideando, trazando o ejerciendo límites, los éxodos no cesarán.
La trashumancia de las personas es un claro ejemplo de lucha de masas,  donde la energía indispensable que la posibilita, encuentra su extracción en las mismas medidas que pretendían su opuesto.

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