miércoles, 16 de mayo de 2018

Botín

Corría el año 1998 en la ciudad de La Plata. Atravesábamos, sin saberlo, la recta final de lo que desembocaría en la peor crisis de la historia de nuestro país. En dicha ciudad los estudiantes son una clase social aparte, posiblemente la franja más numerosa, con una capacidad de resiliencia pocas veces igualada y constituyen el termómetro de la economía del país. Y dicho instrumento acusaba un panorama de postergaciones realmente espantoso. Entonces vino mi amigo –que lo llamaré HT- y me contó su secreto. HT me dijo que debía guardar la suma de dinero que un compañero suyo había logrado usurparle a una entidad, a la que tampoco revelaré su nombre, a cambio de una buena parte. Solo puedo decir que me producía mucho placer saber que el golpe había sido dado en esa cueva de delincuentes. Era el equivalente a veinte mil dólares en billetes grandes. Un tamaño de riqueza que, por supuesto, yo jamás había visto. Pude advertir en ese preciso momento lo pesado que es el dinero. Entonces lo colocamos en el hueco de la campana de la cocina, en una bolsa y en fajos de mil pesos. Buenos tiempos estaban por empezar a correr. Nos manejábamos en taxi, tomábamos y comíamos rico. Invitábamos a todo el mundo. Salíamos y cuando se nos acababa volvíamos, metíamos la mano en el hueco, sacábamos otro fajo y volvíamos forrados. Los corríamos con guita. No nos importaba nada. Un día vimos como un periodista de ese momento –Enrique Sdrech- había viajado al lugar del hecho y trataba de atar los cabos del atraco. Nosotros lo veíamos por televisión sentados arriba de la bolsa del dinero cagándonos de risa y por supuesto, brindando. No sé cómo habría sido el pacto entre mi amigo y quien diera el golpe, pero supongo que HT se gastó la mitad del botín y en una inmensa proporción, lo hizo conmigo. Todo sin comprarse absolutamente nada para él.
Siempre fuimos unos pordioseros y si bien le sacábamos jugo a la vida, representábamos los vencidos que todo sistema en agonía escupe a un costado del camino. Así y todo, nunca firmamos la derrota, quizás por poseer ese inmenso arsenal no armado que representa la juventud.
Hace mucho que no veo a HT, la última vez que hablamos por teléfono me dijo algo así como que -la vida no iba a ser tan jodida y seguramente nos iba a dar la oportunidad de vernos de nuevo.
Me gusta pensar que debe estar haciendo lo que le gusta.
Preso de esa absurda costumbre de darlo todo sin querer nada.

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