miércoles, 16 de mayo de 2018

Líder

Nunca fui un chico popular. Durante mi infancia fui uno más del montón, alguien que no despertaba ningún tipo de interés, un nene bastante aburrido para el ojo de mis amigos. Fui de los que se quedaban en el escondite creyendo que no lograban encontrarme, cuando en verdad lo que ocurría era que el juego había terminado y yo no había recibido notificación alguna. Una pésima destreza en los pocos deportes que el pueblo ofrecía no ayudó con el caso. El otro tema es que nunca pude ser gracioso. Un bochorno en cuestiones de poder arrancarle una carcajada a alguien. Bochorno que con el paso de los años he ido perfeccionando. No digo que haya algo malo en todo esto, solo que fue una etapa en la que fui una media, quizás una mediana, pero con seguridad nunca una moda. Con el paso del tiempo y las sucesivas mudanzas pude experimentar en carne propia ese precepto darwiniano que afirma que el "aislamiento" es una condición fundamental en la evolución de las especies. Nuevos depredadores aparecían con cada mudanza, por lo que después de atravesar una etapa de relativa calma, volvía a descender en la cadena alimentaria de las cuestiones de forjar con éxito algún tipo de personalidad. Una etapa de constantes derrotas y humillaciones, tan propias de una edad sumamente cruel y sufrida. Con los años pude ver que estos líderes precoces no mantienen el status con el paso del tiempo, padecen un estancamiento y hasta un retroceso, si alejamos un poco la lente. O quizás el solo hecho de que hoy sean personas normales pueda decepcionar nuestras expectativas de antaño, hiriéndolas -incluso- de muerte. Seguramente haya bibliotecas enteras de puros disparates que puedan echar algo de luz al fenómeno de surgimiento, plenitud y ocaso de estos abanderados populares, pero no es mi intención por estas horas ojear ni una sola hoja.
Yo mientras tanto seguiré lamiendo el mismo placebo que lamía en aquellos días de asfixiante normalidad.
Seguiré siendo mi propio pájaro en mano.

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