martes, 17 de octubre de 2017

Inmortal



Hace unos días falleció un tío mío, por cuestiones ajenas a mí, y probablemente a él, no nos cruzamos demasiado en la vida. La semana siguiente hubiera cumplido ciento dos años. Siempre lo vi como un viejo, la cuestión es que atando unos cabos muy fáciles de atar, me vengo a dar cuenta que cuando yo nací el tipo tenía sesenta años. No debe ser fácil vivir más de un siglo de vida. Fue testigo del nacimiento y muerte de la Unión Soviética y contemporáneo de prácticamente todo el revoltoso siglo veinte. Hace más de veinte años que murió su esposa. Lo que ocurre es que para quienes aspiramos con suerte a vivir lo que la esperanza de vida dicta, seguir a estos tipos se vuelve imposible. Es lo más parecido a un inmortal que podamos encontrar entre nosotros. Entierran a sus mascotas, sus caballos, sus amigos, sus vecinos, sus hermanos, sus parejas y si es necesario a sus hijos e incluso hasta alguno de sus nietos. Es una aberración absoluta. La muerte les pasa de cerca sin tocarlos, pero la crueldad de que sus seres queridos vayan desapareciendo uno a uno, debe ser un proceso insoportable. Quienes tengan dudas del concepto de la "soledad", con seguridad deberían recurrir a este tipo de gente.
Siempre pensé mucho en la muerte, es algo que mi cabeza no puede digerirlo, no hay caso. Y como buena traicionera que dicen que es, prefiero que venga por atrás. Sin avisos y sin longevidades. La muerte es y debe ser un suceso trágico y conmovedor. Porque de todos modos, si es verdad que somos historias, quién puede ser capaz de darle un buen final, apagar la luz e irse tranquilo a dormir.

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