En el verano de 1995 viajé con parte de mi familia a Mina Clavero, en
Córdoba, a pasar unos días. Yo estaba recién llegado de La Plata, donde
transcurría mi segundo año de estudiante en esa ciudad. Después de vivir
dos años solo, sin la compañía de mi familia, el viaje me resultaba un
embole. Como en otras etapas de mi vida, me pasé esos días tomando
cerveza en cuanto puerto de anclaje divisase. El año anterior me había
comprado el CD de Las Pelotas “Mascaras de Sal”, por lo que sumando al
vinilo de “Corderos en la Noche”, que ya tenía, me hacía dueño de la
discografía completa de la banda. Yo andaba con la cámara de fotos para
todos lados, una cámara que me acompañó durante toda mi etapa
universitaria dejando vastos registros de una época dorada. Un día
estaba tirado en la playa de vaya a saber que río y vi que se acercaba
un tipo con un parecido demasiado alto al Bocha Sokol. Traía puesto una
remera estampada y de su cuello colgaban dos zapatillas blancas, caña
alta, anudadas desde sus cordones. También llevaba a un chico subido a
sus hombros que, estimo, sería su hijo. A su lado venía una mujer y uno o
dos pibes más, no recuerdo con certeza. Entre mi duda y mi falta de
valor para abordar al tipo se me pasaron los quince segundos de fama, y
entonces el hombre pasó de largo frente a mí. Mi mirada periférica no
pudo divisar que la que sí había visto mi cara, siguiendo cuadro a
cuadro la escena, era la mujer que lo acompañaba, entonces, unos metros
más adelante le dijo algo a su pareja y el tipo volteó y volvió. Se
acercó hacia mí con esa sonrisa y mirada intimidante que tenía y me
saludó con un abrazo. Ya no había dudas, era el Bocha. Solo recuerdo que
me preguntó mi nombre, de donde venía y nada más. No sé qué le dije o
si acaso le dije algo. Un verdadero papanatas de diecinueve años
agravado, si es que se puede, por encontrarme con alguien que por esos
días admiraba mucho. El intercambio de palabras más aburrido de su vida
estaba teniendo lugar en plenas sierras cordobesas. Tras el papelón
verbal que acababa de transcurrir, solo atiné a pedirle que se saque una
foto conmigo. Entonces posamos, alguien accionó el diafragma
fotográfico y ahí quedó plasmado el momento. Plasmado mas o menos,
porque entre las cientos de fotos que guardo de aquellos años, esa foto
desapareció. No se me ocurre que puede haber pasado pero no está, por lo
que solo quedan algunos pixeles moribundos en mi cabeza, algo que por
supuesto no está nada mal. Me acuerdo también, un par de años después,
haber estado en un recital y ver los ojos del Bocha al momento de cantar
“Movete”. Era un volcán de energía que se advertía en su mirada. Me
gustaba creer que el tipo se acordaba del episodio de Mina Clavero.
Exactamente catorce eneros después de habérmelo encontrado aquella
tarde, un día como hoy, Alejandro Sokol fue encontrado muerto en una
terminal de colectivos de algún punto del interior del país. Solo y con
lo puesto, al mejor estilo de un antihéroe, el Bocha se fue de este
mundo por causa de un corazón que ya no pudo seguirlo.
Siempre
seguí comprando cada disco que la banda sacó hasta que Daffunchio logró
desplazar a Alejandro y apartarlo completamente del grupo. En ese
momento perdí el encanto por ellos y ya no pude seguirlos.
Un hecho claro de lealtad a ese pequeño gesto que, en enero de 1995, Alejandro Sokol tuvo conmigo.
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