lunes, 31 de julio de 2017

Itinerancia

Mi primer casa y domicilio, que rubricaron el documento de identidad, está en Blaquier. Guardo muchos recuerdos de esa época. Una casa con buena parte de sus paredes desmontables y otro tanto con ladrillos. Tenía además una planta de guindas, un lavadero externo, garaje, parrilla y hasta una pileta, cuya terminación era tan abrasiva que había que manejar la frecuencia de inmersiones para no acabar con la planta de los pies desollada. Entre Enero y Febrero de 1981 ocurrió la primer mudanza, a una casa más cómoda y espaciosa, que tenía como principal atractivo encontrarse justo enfrente de la escuela, una ventaja comparativa frente a mis compañeros, que me permitía estirar la sobremesa hasta un minuto antes de que suene la tan inesperada campana. Esa vivienda, lugar donde viven mis padres actualmente, me acompañó hasta acabar con la escuela primaria. Con esta vivienda culmina una etapa y comienza otra. Donde acaban mis estudios primarios y donde empieza mi itinerario fuera de Blaquier.
Año 1988, un sistema de pensiones con estadías semanales, quincenales o mensuales en Ameghino, lugar donde asistí al colegio secundario. La primera de dos, es en lo de Alcira, una mujer que tras haber quedado viuda se volcó a alojar estudiantes del secundario en su casa. Nunca vi fumar tanto a alguien como a Alcira. La visibilidad en la cocina era realmente reducida. Llegamos a ser diez viviendo en una casa con tres dormitorios. Había una frecuencia de duchas pre-establecida digna de unos rusos en una misión al espacio. Alcira tenía una mano para la comida que hasta el día de hoy trato de olvidar en vano. El año 1991 es el que marcaría cierta inflexión y donde le hice un planteo serio a mi vieja acerca de irme de ese lugar que no permitía la entrada después de las veintitrés horas. Y ahí apareció Gladys, madre de un amigo, y de una tropilla de salvajes, que tenía una cintura formidable para llevar adelante unos adolescentes pueblerinos que mostraban los primeros dientes de una edad sumamente complicada. Nos cocinaba lo que queríamos, nos dio la llave de su casa y además tenía un kiosco donde compré las primeras cervezas de mi vida.
En Febrero de 1993 ocurre uno de los grandes cambios en mi vida, me voy a vivir al 2º “F”, Nº 663 de la calle 50, en la ciudad de La Plata. Toda una revolución para alguien que no conocía un ascensor, un portero eléctrico y no se había subido jamás a un colectivo. El departamento era un espanto, solo conseguías ver el estado del cielo con un sistema de espejos y contábamos además con un régimen de “vecinos en alerta” que hacía complicada la estadía de estudiantes. El edificio era un buen lugar si lo aceptabas como algo concebido para parejas gordas tanto o más paganas que una manada de osos panda. Fue en ese departamento donde presencié la mayor invasión de cucarachas de mi vida. Las había negras, rojas, toda la gama del marrón y una pequeña facción de albinas. Caminaban por las paredes, por la heladera, por las hornallas, estaban en la cama, incluso volaban. En el año siguiente, 1994, y debido a unos conflictos con la logística habitacional, se hizo necesario irme a vivir a Ensenada. Una vivienda humilde clavada en la humedad del verano petroquímico, donde pasé una de las mejores estancias de mi vida con mi amigo -el ingles Moyano- un tipo que fiel a su esencia pasó por este mundo dejando mucho, pese a no tener absolutamente nada. En Marzo del mismo año logré mudarme a un departamento de la calle 13, entre 35 y 36, de la ciudad de La Plata. Pasillo largo, al fondo, tres departamentos arriba y cuatro abajo, patio amplio, mucha maceta, mucha planta, muchos gatos y unos injertos edilicios que ofendían de muerte a la ética arquitectónica de todo ser vivo con capacidad de visión. Las mayores hambrunas corresponden a este domicilio ocasional, sin dudas. Días y días comiendo azúcar quemado, arroz hervido, arroz hervido y frito, maíz inflado, maíz inflado y frito, y así hasta llegar de nuevo hasta el azúcar quemado. Un desastre. Luego de dos años en esta covacha surge la posibilidad de mudarme, y entonces inauguro el año 1996 en una casa hermosa en la calle 47 Nº 1224. Garaje, patio, lavadero, dos dormitorios, lugar para estudiar, para hacer asados. Hasta perro teníamos. Este fue el mayor centro de reuniones que tuvimos con todo mi grupo de amigos y donde más tiempo permanecí. Es aquí donde se dieron esas fiestas universitarias de poco presupuesto pero colmadas de almas en pena en busca de alcohol gratis. Fue en este lugar donde prácticamente cociné mi carrera. Luego, en el año 2002 se desarma el grupo y me voy a vivir a un departamento a la calle 55, a la altura de calle 8, quinto piso. Me recibo en ese lugar, cerrando definitivamente una etapa larga y dura y repleta de desafíos absurdos pero que tuvieron un final feliz.
El 15 de Noviembre de 2003 empiezo a trabajar en Plottier, en una chacra de frambuesas. Diez hectáreas de fruta fina que supe recorrer metro a metro durante once horas al día, pensando en que consistiría esto de trabajar de la profesión. Todavía tengo la misma incógnita. Como la chacra quedaba a diez kilómetros de la calle Bachman al 250 donde vivía, tenía que buscar el camino más corto y resguardado del viento para poder llegar. Y eso fue lo que pasó. Me iba por unos senderos muy estrechos, acariciado por los sauces, hasta que llegaba a un canal de riego cementado que tenía que atravesar haciendo equilibrio por arriba de unos palos y con la bicicleta en la mano. El canal tendría unos cuatro metros de ancho por tres de profundidad, el agua circulaba a una velocidad ensordecedora, y yo evidentemente tenía un valor que hoy me pregunto dónde ha ido a parar.
No es hasta el 3 de Enero del año 2005 que ocurre el próximo cambio en mi zona de asiento. Todo producto de mi incorporación como un simple obrero al rubro de la fruticultura. General Roca, calle Tucumán entre Misiones y Kennedy. Una casa con tres dormitorios, cocina comedor, lavadero. Detonada. Uno de los dormitorios no tenía ventanas y todo el edificio compartía la condición de paredes deterioradas, lo que hacía necesario colocar mi cama, o más bien mi colchón, en el centro de la habitación para evitar despertar cubierto de escombros. No tenía almohada, ni mesa, ni sillas, ni cocina, ni heladera, ni televisor, ni espejo en el baño. Me afeitaba mirándome en el reverso de un CD. Tenía, eso sí, unos vecinos tatuadores colmados de los más exquisitos excesos, lo que hacía de ese oscuro vecindario un lugar bastante circulado y pintoresco. Al cabo de un par de meses los vecinos fueron expulsados por el consorcio, si es que así se puede llamar a los traficantes de catacumbas, y me dispuse a mudarme. Agosto del mismo año, departamento al fondo en calle Río Negro y La Plata. Mucho mejor, volvieron las juntadas, la guitarra, las aventuras mas lindas y además me quedaba cerca del trabajo. El lugar sin embargo dejaba mucho que desear para todo aquel que no tenga la cuestión relativa por el suelo, y ese era yo. Así que nuevamente me mudé. Invierno del 2007, Calle Rohde entre Maipú y Don Bosco. Otra vez una casa como la gente. Hermosa. Fue un año de reuniones, cenas marcianas con amigos, grupos de música tocando, gente amiga y no tanto. Un año politóxico. Se impone una nueva mudanza. Al año siguiente, 2008 me voy a la Calle Rohde y Kennedy. Un departamento minúsculo, más fácil de ensuciar que de limpiar. El tamaño no admite juntadas masivas pero si profusas y escalonadas, por lo que se resuelve esta última modalidad. No estuvo mal, pero al cabo de dos años me mudo nuevamente. Fue así que en el 2010 me voy a la calle 143 altura 2479. No fue una buena experiencia y los ataques de pánico que venían socavando mi condición hicieron trunca la experiencia en ese sitio. No llegué a abrir todas las cajas que se terminaron yendo como vinieron.
En el invierno del 2010 me mudo a la calle Cipolletti donde aún persisto. Se han dado cosas muy lindas en este lugar y creo que lo adoptaré definitivamente. Solo guardo la esperanza de otra mudanza, ya no individualmente, sino como bloque familiar, a nuestras tan amadas montañas de Meliquina.
Algo me dice que va a ser posible.

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