lunes, 31 de julio de 2017

Los vendedores de zapallos

Me comentó acerca de la posibilidad de dedicarle menos horas a sus broncas, a sus detractores, a sus dolencias.
De emular en sus pensamientos matinales al lienzo que en la arena deja el mar en retirada.
Volcarse de lleno a todas esas cosas que despiertan una admiración infinita.
Los artesanos del mimbre.
Los ingenieros de la hojalata.
Las roscas izquierdas, las estacas del sauce, las colecciones numismáticas, los arboles que con su desnudez enfrentan la adversidad del invierno.
El olor de las enciclopedias, el ajado de la correspondencia celosamente guardada.
Los cariopses, las cipselas, las drupas y los hesperidios.
La tierra de diatomeas, las arcillas expandibles, los suelos oxidados.
Los lantánidos, los actínidos.
Colores primarios, rabdomancia, fauna ictícola y calendarios lunares.
El caucho, el teflón, la glicerina.
Damasco, Ulán Bator, Tombuctú.
Los ermitaños de las festividades.
El petricor, los enveros, las serendipias.
La carpintería de encastres.
Los vendedores de zapallos.
La vida mientras.
La pasión aún.
La angustia no obstante.
El amor también.

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