sábado, 30 de junio de 2018

Estudiar en los noventa

Si de algo me siento un protagonista en esta vida es de haber sido estudiante en los noventa. No creo que haya algún momento más merecedor que ese, al menos con esa intensidad. Una década espantosa, donde el maquillaje de la hipocresía le ganó a la dignidad de las masas. Una década de reformas que solo tenían un objetivo: desmantelar el aparato Estatal para pagar favores a los acreedores ricos. Sacar, apretar, achicar, ajustar. Y de nuevo a empezar. El presupuesto educativo se vaciaba para mandar soldados a Chipre, al Golfo Pérsico o donde ordenaba el amante sodomita del norte. Y ahí estábamos nosotros, estudiando. Una sociedad que se debatía entre los que se resistían a que les quiten todo y los que se jactaban de ser políticamente correctos. No es casual que haya sido la década distintiva del florecimiento de la cocaína. Una droga falsa, careta, insostenible, que después de algunos coqueteos te dejaba pegado y quedabas cocainómano para toda la vida. Podríamos haber estado pintando cuadros de caballos o trenzando collares de macramé, pero no, estábamos estudiando. Estudiar en los noventa fue un desafío, fue tocarle el culo a los dioses. Fue hacer lo que se debía en esa mierda de condiciones, fue estar en el ojo del huracán, fue ser un piquetero en el corazón de Cutral Co. Fuimos el lado "B" de los que nos decían que estaba todo bien, mientras sonaba la canción de un rosario de ministros que solo recortaban y después lloraban como cocodrilos fingiendo humanidad, frente a una Norma Pla cancerosa y desdentada. Era difícil ir a cursar y en el camino cruzarte con esa interminable fila de vergüenza y desazón que se agolpaba frente al consulado de Italia de la calle 48, y en todo ese aquelarre no imaginar que ese era uno de nuestros destinos posibles. Estudiar en los noventa también fue unirnos para reducir la indefensión, metiéndonos bajo un mismo techo a vivir, juntándonos para comer arroz con atún tailandés y colándonos en las recibidas para emborracharnos como cosacos. Y cuando volvíamos de madrugada en esas interminables procesiones rindiendo culto al celibato, nos interceptaba la policía y nos metía presos. Una serie de vejámenes que comenzaban en el calabozo de la mano de los policías y terminaba cuando nos trasladaban para que nos desnudemos frente al medico que constataba que no nos habían molido a palos. Y tomábamos partido, por la izquierda por supuesto, en todo su abanico de expresiones: la indumentaria, los libros, la música, las peñas, los amigos, las fiestas, el cine, las comidas, todo. Siempre era todo. Reclutar socialismo en una economía caótica es una tarea bastante sencilla, aunque la ideología de sus miembros es un tanto perecedera. Toda una barbarie de sucesos en el escenario de una ciudad de La Plata que amé muchísimo y en la que no dejé diagonal sin recorrer. Un sitio en particular que constituye un punto emblemático en el mapa de mi nostalgia, injertado en un paisaje en el que todo se caía a pedazos. Dimos mucho por ser una versión mejorada de nuestros padres, en el aspecto de sensibilizarnos por los demás. No siempre salió bien. Supongo que hay que ser un gran hijo y una mejor persona para lograr semejante empresa y más allá de haberlo logrado –o no- la consigna fue planteada. Lo que importa es que así lo entendimos cuando no había que entenderlo.
Y eso también fue estudiar en los noventa.

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