Ya hacía tiempo que escribía, y como muchos que lo hacen, cometí el error más típico de los que recurren a la escritura para decir algo: creí que mis textos eran buenísimos. Entonces le escribí una carta a un escritor conocido, básicamente una nota de recomendación de mí mismo. Un puñal a la dignidad, superado solamente por esos envíos de poemas a concursos literarios. Por supuesto que el tipo nunca me respondió. Con el tiempo dejé de creer tanto de mí y de escribirle a escritores famosos, pero seguí escribiendo. Fiel a mi estilo, ese caudaloso talento tan propio de un cuenta gotas. Como tantas cosas que pasaron por mi vida, quizá un buen día decida no seguir escribiendo. Porque el recipiente que aloja nuestras pasiones es un continente finito. Un depósito de amores, donde volcarse a unos implica renunciar a otros.
El secreto está en la máxima extracción en cada camino que se viva.
En la intensidad.
Sea la locura, los excesos, la soledad.
Hasta que nos vengan a buscar.
Descargas de ideas recargadas de ironía pero con la certeza de no poder no expresar la subjetividad propia de un tozudo convencido, tratando en vano de fracasar por completo en el mal llamado arte de decir diferente.
martes, 23 de mayo de 2017
martes, 16 de mayo de 2017
Selección Natural
Es sabido
que en términos evolutivos hemos llegado tarde a esta fiesta. En el último
minuto de un largo día, dicen para graficar. De los más insólitos casos ocurrieron
antes de nuestra llegada, constituyendo posiblemente el más digno esplendor del
género fantástico. Y fue Darwin quien nos lo advirtió. Hubo entonces plantas
con clorofila celeste, depredadores luminosos, tortugas veloces, cebras sin
rayas, perros que no meaban al árbol y semillas que ofendían al vientre de los
pájaros. Todos ellos quedaron en el camino. Somos seres de diseño. Lo que la
naturaleza nos muestra es el producto acabado más perfecto y económico de una
innumerable cantidad de prototipos que no fueron aprobados para salir del
laboratorio de la vida. De toda la vasta e inimaginable gama de posibilidades que
la parafernalia desoxirribonucleica y sus más que infinitas combinaciones dieron
a luz, el noventa y nueve mil por ciento de los casos han sido partos vanos. Nuestra
supervivencia, en este consomé de genes que vienen y van, está ligada al
altruismo, la solidaridad, el cuidado del ambiente, la división del trabajo y
la humanidad. Todos trabajan en equipo, las hormigas, los maizales y hasta el
vapor de agua para convertirse en gota de lluvia.
La selección
natural se esconde a la vuelta de la esquina.
No por mucho
tiempo será más temprano que tarde.
sábado, 6 de mayo de 2017
Ermitaño
Cada mañana que a punta de pistola me dirijo a algún sitio, según lo
exige mi rutina laboral, pienso en cómo sería mi vida si no fuera por la
asfixia económica que nos impone el sistema.
Y entonces pienso que sería mucho más ermitaño, más sedentario aún. Mas barbudo y posiblemente más odioso, aunque con picos de felicidad un poco más frecuentes que los de ahora. Un verdadero efecto serrucho en el estado anímico que me permitiría disfrutar cada uno de sus extremos. Saldría muy poco de casa, quizá en busca de cigarros por la noche, que es cuando se terminan. Mi vestuario conocería la crisis total, al punto de ser amenazado de muerte por los fabricantes de perchas. Los baños se restringirían a una cuestión de deposición de impurezas sobre la superficie que no puede esperar, más que a una frecuencia fija predeterminada de chapuzones con jabón. Cocinaría mucho para agasajar amigos, aunque poco y nada para mí. Las borracheras serían acontecimientos de verdadera solemnidad. Leería casi tanto como lo que debería, al punto de esperanzar a la inmensa cantidad de ejemplares que compro y esperan porque algún día los llegue a abrir. Y como escribir es producto de leer, a diferencia de su inversa, escribiría mucho más y hasta quizás mejor. Seguiría fabricando muebles para la casa colmados de imperfecciones, disfrutando de lijar la madera y tosiendo su olor. Por otro lado la electricidad continuaría teniendo su lugar, desarmando artefactos o realizando el tendido de instalaciones totalmente prescindibles. La guitarra volvería a sentir ese momento de esplendor que jamás tuvo y la colección de música renacería de las ruinas a las que la redujo Vicente. Cocinar mi cerveza es un hecho que difícilmente no pueda estar en este mundo comprendido tierra adentro de mi epidermis mental, y la elaboración de ahumados, embutidos, escabeches y dulces, ocuparían importancias semejantes. Me despertaría cada día y contemplaría esa maravillosa coincidencia que es la vida y entonces el tiempo tendría el valor que se merece, sin ser humillado a la cinemática circular a la que lo resumen los relojes. Luego llegaría el verano y con él el fastidio, por lo que estaría obligado a perseguir los inviernos por las latitudes más alejadas del sol que me brinde el planeta.
Eso sí, todo seguiría siendo mitad verdad y mitad mentira, y la lucha en ese caso también consistiría en encontrar la mejor posibilidad de mí mismo, en ese vasto universo muestral de porquerías que constituye la vida.
Y entonces pienso que sería mucho más ermitaño, más sedentario aún. Mas barbudo y posiblemente más odioso, aunque con picos de felicidad un poco más frecuentes que los de ahora. Un verdadero efecto serrucho en el estado anímico que me permitiría disfrutar cada uno de sus extremos. Saldría muy poco de casa, quizá en busca de cigarros por la noche, que es cuando se terminan. Mi vestuario conocería la crisis total, al punto de ser amenazado de muerte por los fabricantes de perchas. Los baños se restringirían a una cuestión de deposición de impurezas sobre la superficie que no puede esperar, más que a una frecuencia fija predeterminada de chapuzones con jabón. Cocinaría mucho para agasajar amigos, aunque poco y nada para mí. Las borracheras serían acontecimientos de verdadera solemnidad. Leería casi tanto como lo que debería, al punto de esperanzar a la inmensa cantidad de ejemplares que compro y esperan porque algún día los llegue a abrir. Y como escribir es producto de leer, a diferencia de su inversa, escribiría mucho más y hasta quizás mejor. Seguiría fabricando muebles para la casa colmados de imperfecciones, disfrutando de lijar la madera y tosiendo su olor. Por otro lado la electricidad continuaría teniendo su lugar, desarmando artefactos o realizando el tendido de instalaciones totalmente prescindibles. La guitarra volvería a sentir ese momento de esplendor que jamás tuvo y la colección de música renacería de las ruinas a las que la redujo Vicente. Cocinar mi cerveza es un hecho que difícilmente no pueda estar en este mundo comprendido tierra adentro de mi epidermis mental, y la elaboración de ahumados, embutidos, escabeches y dulces, ocuparían importancias semejantes. Me despertaría cada día y contemplaría esa maravillosa coincidencia que es la vida y entonces el tiempo tendría el valor que se merece, sin ser humillado a la cinemática circular a la que lo resumen los relojes. Luego llegaría el verano y con él el fastidio, por lo que estaría obligado a perseguir los inviernos por las latitudes más alejadas del sol que me brinde el planeta.
Eso sí, todo seguiría siendo mitad verdad y mitad mentira, y la lucha en ese caso también consistiría en encontrar la mejor posibilidad de mí mismo, en ese vasto universo muestral de porquerías que constituye la vida.
jueves, 30 de marzo de 2017
Feos
Esos tipos tan feos con nosotros
tan alquitranados con nosotros
tan inmiscibles con nosotros.
Que flotan en el barro y se hunden en la pluma
que matan mandando a matar por miedo a matar y a morir.
Pariendo generales, eyaculando brigadieres.
Huellas geométricas, risas amarillas, orejas velludas.
Mis flujos, sus vicios, tu vida, los nietos,
la deuda, los falcons, las fosas, los miedos.
Sobre todo los miedos.
Todo de su propiedad.
tan alquitranados con nosotros
tan inmiscibles con nosotros.
Que flotan en el barro y se hunden en la pluma
que matan mandando a matar por miedo a matar y a morir.
Pariendo generales, eyaculando brigadieres.
Huellas geométricas, risas amarillas, orejas velludas.
Mis flujos, sus vicios, tu vida, los nietos,
la deuda, los falcons, las fosas, los miedos.
Sobre todo los miedos.
Todo de su propiedad.
miércoles, 29 de marzo de 2017
La descomposición de los recuerdos - (Un ensayo de La Memoria)
Es
el asidero de nuestros recuerdos. Todo está ahí. Mediante intrincados
mecanismos psicológicos filtra los diferentes momentos vividos, eligiendo los
más agradables y ocultando los que no lo han sido tanto, convirtiendo de este
modo a nuestro pasado en una época donde “todo fue mejor”. Para entrar en el
terreno críptico del inconsciente necesito hacerlo con un ejemplo. A menudo sueño que estoy frente a un tipo que
lo sabe todo. Entonces yo pregunto y el espeta con sus conocimientos. Sus
respuestas, acertadas o no, personifican mi inconsciente. Quién sino yo es el
dueño de tales devoluciones. Ese es el modo que lo dimensiono. Es la caja negra
donde todo va a parar y desde donde todo vuelve. En alguna región del cerebro
llamada hipotálamo es donde se almacena todo nuestro pasado. Se aloja en
células especializadas en forma de nucleótidos, unas moléculas muy comunes en
la nomenclatura orgánica de la biología. Son formas químicas compuestas
principalmente por Carbono, Fósforo y Nitrógeno, lo que las hace muy fácilmente
asimilables en las distintas rutas catabólicas. Asumo por lo tanto que tales asimilaciones
puedan ser una de las posibles causas del olvido en enormes facciones de la
población, haciendo literalmente que sus recuerdos sean metabolizados para ir
finalmente a parar a las negras aguas del ejido cloacal público. Los hay, por
otro lado, quienes se resisten a la amnesia obligatoria que dicta el sistema, e
imagino en estos casos gente que cargará hasta el final con esa dotación
molecular en algún lugar de los confines cerebrales. Luego, en el instante
final, indefectiblemente llegará el momento en que se apague la historia, se
borren sus capítulos, se reciclen sus átomos, para volver a combinarse y poder entonces
dar paso a la nueva vida.
A
esto me refiero con la descomposición de los recuerdos.
jueves, 23 de marzo de 2017
Sed
Siempre tomé mucho, pero puede decirse que fue entre los veinte y
treinta años donde más lo hice. Una cultura adquirida en el lugar que me
vio nacer y donde los abstemios, a no ser que disfruten de un pueblo no
concebido para ellos, deberían evitar ir. Glaciares de
alcohol han pasado por este cuerpo. El caso de poseer una salud de
hierro hizo que las cosas fueran un poco más difíciles. Nunca decía
basta. Tomaba hasta el hartazgo, pero el hartazgo nunca llegaba. Primero
caía la noción y luego la carne. No he tenido oportunidad de conocer un
solo dolor de cabeza y las resacas acababan ni bien me lavaba los
dientes. Como la noche te lleva a andar por muchos lugares, ni bien
despertaba y si la situación lo acompañaba, entonces la seguía. Hubo un
momento en que por más esfuerzo que hiciese no recordaba el último día
sin ingerir alcohol. Cuando se bebe tanto y tan seguido se pierde la
referencia del día que estás viviendo, y el hecho de dormir dos horas y
tomar otras diez, profana el horizonte artificial del tiempo,
adjudicando al almanaque días que todavía no pasaron. Iba a la facultad
después de despertarme en algún bar. Un día fui totalmente ebrio a
rendir el final de Dasonomía. Oral. Una locura. Me pusieron un siete.
Una época de constantes descensos al infierno donde varios amigos
quedaron en el camino, en algunos casos, aún sin morirse. Una época más
que digna para hacer un tratamiento rehabilitante y aunque no fue así,
los años lograron calmarme. Dicen los que dicen saber que son
movimientos evasivos para escapar de una realidad incómoda.
Yo nunca me escapé.
Es este mundo el que se me sigue escapando.
Yo nunca me escapé.
Es este mundo el que se me sigue escapando.
domingo, 12 de marzo de 2017
Fisgón
Padezco de razonable buena memoria. En varios aspectos, pero especialmente rostros de gente. No me refiero a salir a la calle y memorizar a cuanto ser humano se me cruce, me refiero a las personas que de algún modo hicieron que me detenga a observarlas. Todo el tiempo cruzo gente que conozco y en los casos que no logre descifrarlos me obliga al ejercicio de dilucidar de donde vienen. Al final siempre logro arribar ese lugar. Siempre. Algunas veces sucede rápido y otras no tanto. Es un tanto engorroso tener que hacerlo y no poder pensar en otra cosa hasta no tenerlo. Como hace unos días cuando manejaba en mi auto y vi a un tipo que hace seis años pasó por mi casa ofreciendo levantar medianeras en el patio que linda con el de los vecinos. Simplemente pasó y ofreció su servicio, y no lo volví a ver hasta hace unas semanas. Lo saqué al instante y seguí manejando con cierto orgullo. Hace un rato vi a un chico que había cargado un camión de frutas hace doce años cuando trabajaba en una empresa empacadora. Estaba limpiando una moto con un plumero. Me sorprendió verlo con no menos del doble de kilos que en aquel entonces, creo que se llamaba Iván. Hace unos días en el jardín de mi hijo me encontré con alguien detrás de unos anteojos negros que hace unos ocho años levanté en la ruta. Era español y había venido medio escapado por meterse en problemas con unos tipos pesados. También recuerdo su nombre. Me acerqué para investigar. Su acento corroboró que estaba en lo cierto y me liberó de la angustia que sufro durante el proceso identificatorio. Las fiestas populares, los recitales, los supermercados, las ferias regionales, las terminales de colectivos, etc, son lugares especialmente predilectos para este tipo de ocurrencias. En todos los casos disfruto desde el lugar de niño fisgón, jugándome, como quién lo hace a las cartas, que el sujeto bajo la lupa es incapaz de contar con una memoria como la mía, pasando en algunos casos cerca o parándome a su lado, llegando en casos aislados a hablar con el individuo.
Hasta el momento nunca he sido descubierto.
Ya encontraré un cretino como yo.
Hasta el momento nunca he sido descubierto.
Ya encontraré un cretino como yo.
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